La comunidad cristiana proclama y celebra su fe.
"Fue voluntad de Dios el
santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos
con los otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le
sirviera santamente" (Lumen gentium, 9). Con estas palabras, el Concilio
Vaticano II pone de manifiesto la naturaleza profundamente comunitaria de la
vida cristiana. Todo creyente está llamado a vivir esta dimensión comunitaria
en la Iglesia.
Creados a imagen y semejanza de
Dios, estamos invitados a vivir el Amor, a semejanza de esa misteriosa pero a
la vez maravillosa comunión en el amor que forman el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Dios es Amor, es Comunión en el Amor, y en un acto de amor sin
límites se abre al ser humano y le revela la hondura y grandeza del amor
verdadero en la persona del Señor Jesús: "Tanto amó Dios al mundo que
envió a su único Hijo para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga
vida eterna" (Jn 3, 16). El Hijo de Santa María, es pues, la plena manifestación
del amor divino. El amor de Cristo se nos manifiesta como punto de partida y al
mismo tiempo modelo y arquetipo. Jesús nos abre al amor de Dios y nos invita a
la comunión entre unos y otros: "Este es el mandamiento mío: que os améis
los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).
La radicalidad del Amor es el
horizonte que da sentido a nuestra existencia. El ser humano se personaliza, se
hace cada vez más humano, su vida no alcanza mayor plenitud en la medida en que
incorpore a su existencia el amor de Cristo, viviendo el dinamismo configurante
del proceso de amorización: Amor al Padre en el Espíritu, amor a Santa María
nuestra Madre, y amor a los hermanos humanos.
El amor es difusivo, es comunicación
y entrega. La vida en Cristo es vida en el amor que transforma la vida personal
y por lo tanto nuestras relaciones interpersonales. La Iglesia es la plasmación
en la historia de esa vocación a vivir en el amor. Es por ello que la Iglesia
es, ante todo, "Misterio de Comunión: La Iglesia universal se presenta
como un pueblo congregado en la unidad del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo" (Lumen gentium, 4), ella es "en Cristo como un sacramento, es
decir, signo e instrumento de la unión íntima del hombre con Dios y de la
unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). El Espíritu Santo que
ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5) en el bautismo, nos
incorpora al misterio de Cristo y de su Iglesia y es, a la vez, fuente
inagotable de donde nace y se alimenta la comunión eclesial.
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